Casi todas las enfermedades nos espantan. Cuanto más graves son, más evidente es la huida y cuanto más años tiene el enfermo más nos asusta su presencia, pero es el alzhéimer la que más miedo provoca, fundamentalmente porque se ve más como una locura que como un trastorno cerebral del que no conocemos con total exactitud el cómo y el porqué…
Sabemos que los trastornos que afectan a la mente resultan más inescrutables que los sufrimientos del cuerpo, de modo que acercarnos al enfermo, formar parte de su realidad supone un mayor esfuerzo y una escasa recompensa ya que el paciente, sobre todo en las últimas fases de la enfermedad, ni tan siquiera pude verbalizar el agradecimiento que la compañía de los demás, sin duda,le genera.
El alzhéimer está lleno de ausencias, las provocadas
por la degeneración del tejido cerebral que afecta a la memoria reciente, generando olvidos, primero anecdóticos luego sistemáticos de
manera incontrolada e irreversible, el paciente se va, se pierde,
convirtiendo el proceso en irremediable,
irrevocable, despiadado...
Mientras esto sucede en el enfermo el entorno también se descompone y algunos familiares y amigos quieren olvidar al que olvida porque la enfermedad les asusta, les aterroriza, les repele. Parece como si la visión del enfermo les increpara sobre un posible indeseado futuro.
Mientras esto sucede en el enfermo el entorno también se descompone y algunos familiares y amigos quieren olvidar al que olvida porque la enfermedad les asusta, les aterroriza, les repele. Parece como si la visión del enfermo les increpara sobre un posible indeseado futuro.
Y si bien, la principal víctima es el enfermo
que es así privado de muchos de aquellos que formaron parte de su vida, lo son también
quienes lo cuidan que necesitan-ahora
más que nunca- de la presencia de otros seres humanos que les reconozcan el inmenso esfuerzo de comprensión, paciencia y cariño
que supone la tarea de ser la responsable y constante memoria del enfermo.
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