martes, 5 de febrero de 2013

La población con alzhéimer se podrá triplicar en 2050


El número de personas con Alzheimer podría triplicarse en los próximos 40 años, según las estimaciones de un estudio que publica esta semana la revista 'Neurology', la principal publicación de la Academia Americana de Neurología.
El trabajo ratifica los datos que se manejan desde hace al menos una década y pone el acento en la necesidad de fomentar la investigación y las estrategias preventivas para intentar frenar esta escalada.
Tal y como señalan los autores de esta investigación, del Rush Institute for Healthy Aging de Chicago (EEUU), el marcado incremento no se debe a un aumento del riesgo general de padecer este tipo de demencia, sino al esperado envejecimiento de la población.
La generación del 'baby boom' está envejeciendo, señalan estos científicos en la revista médica, y eso implica un mayor porcentaje de personas mayores y, por consiguiente, una mayor susceptibilidad de padecer enfermedades como el Alzheimer.
Para llevar a cabo sus estimaciones, este equipo realizó un seguimiento durante ocho años a una población de 10.802 personas cuyas edades superaban los 65 años. Además de evaluar si en ese periodo desarrollaban demencia, los investigadores también tuvieron en cuenta la edad, raza o nivel de educación, entre otros factores.
Por otro lado, para calcular los posibles datos a futuro, también manejaron otras estimaciones, como las tasas de mortalidad entre los pacientes con demencia o el crecimiento esperado de la población en EEUU.
El análisis arrojó un incremento considerable en las previsiones. Según sus datos, en 2050 el número de personas con alzhéimer en EEUU podría ser de 13,8 millones de personas (la gran mayoría de los cuales tendría más de 85 años).
 Según  Félix Bermejo, miembro del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología, estos datos coinciden con las estimaciones que se han realizado en España en los ultimos años.
Sin embargo,  este experto  añade que hacer predicciones a 40 años tiene muchas limitaciones, porque, aunque razonable, ese escenario puede no cumplirse, o convertirse en más favorable.
En su explicación, Bermejo cita el ejemplo de la tuberculosis. "Las previsiones no eran optimistas, pero la enfermedad comenzó a curarse porque cambiaron algunos factores implicados, como una mejora de las condiciones de trabajo".

Articulo de Mayor Zaragoza sobre Rita Levi-Montalcini

A los 103 años fallecio a finales del pasado año una de las mujeres contemporáneas más sobresalientes: Rita Levi-Montalcini, premio Nobel de Medicina, neurocientífica, que ha residido muchos años en Estados Unidos, donde realizó buena parte de su labor investigadora. Nacida en Turín, en 1909, su hermana gemela, Paola, falleció en el año 2000. Era 1936 cuando se graduó en Medicina y Cirugía, especializándose después en Neurología.

Deja una obra científica extraordinaria, pero es más importante todavía lo que su vida representa como ejemplo, como persona comprometida, valiente y serena, actuando a favor siempre de la equidad de género, de la igual dignidad de todos los seres humanos. Dio a sus memorias el título de Elogio de la imperfección. En ellas analiza las razones que le llevaron a adoptar decisiones que, a la luz del tiempo transcurrido, juzga serenamente. La consciencia de la imperfección es un acicate para mejorar, para superarse.

De origen judío sefardita, siempre fue “libre y responsable”, como define la Unesco a las personas educadas, y actuó en virtud de sus propias decisiones. Su vida en Italia tuvo que soportar las amenazas y envites del fascio. En 1943 vivió clandestinamente en Florencia, regresando a Turín en 1945, al término de la guerra.

Dos años más tarde inició su gran carrera científica en Misuri, en la Universidad Washington de Saint Louis, con el bioquímico profesor Viktor Hamburguer, trabajando con el tejido nervioso del embrión de pollo. En 1959 fue nombrada profesora titular de dicha universidad, permaneciendo en EE UU hasta 1969. Durante esos años, su investigación neurológica se realizó en colaboración con el profesor Stanley Cohen, con quien compartió el premio Nobel por el descubrimiento del factor de crecimiento neuronal en 1986.

Rita, que conocía el cerebro mejor que nadie, repetía que no quería seguir viviendo cuando el suyo dejara de funcionarle eficientemente. Contribuyó de forma decisiva a esclarecer cómo crecen y se renuevan las neuronas. En 1979 tuve el honor de presidir el jurado que le concedió —casi con los mismos votos que los que obtuvo Jean Dausset, quien sería también premio Nobel de Medicina poco después (1980)— el Premio Internacional de Medicina Saint Vincent.

En 1994 creó una fundación que ha presidido hasta su muerte, dedicada a prestar ayuda para la educación, a todos los niveles, de mujeres jóvenes, especialmente en África. Se inspiró, como tan bien describe en su libro Las pioneras, en “las mujeres que cambiaron la sociedad y la ciencia a través de la historia”. Sus únicos méritos, decía, han sido la “perseverancia y el optimismo”. Nunca se jubiló. “El cuerpo se arruga”, comentaba, “pero no el cerebro”. Y la inacción, el desencanto, la desmotivación, “arrugan” el cerebro.

En 1993 apareció su libro Tu futuro dirigido a los jóvenes. Lo dedicó a sus hermanas Nina y Paola “en recuerdo del porvenir que habíamos previsto y soñado juntas en nuestra lejana juventud”. Nadie posee la piedra filosofal, escribe, pero sí la experiencia que proporciona la facultad creadora que distingue a todo ser humano. Los principios éticos deben dirigir el comportamiento. “Espero poder ayudar a los adolescentes para que sean capaces de hacer frente a estas etapas tan decisivas y delicadas de su camino, cuando se preparan para una confrontación directa con la vida”. El mundo debe inventarse es el título de uno de los capítulos de este libro. Hoy los jóvenes ya tienen acceso al conocimiento de lo que sucede en el mundo en tiempo real. Al adquirir esta visión global nos damos cuenta de lo que debe cambiarse y lo que debe conservarse. En el capítulo Cara a cara contigo mismo, Rita anima a plantearse las preguntas esenciales, a no seguir el precioso verso de José Bergamín, que me gusta repetir: "...me encuentro huyendo de mí cuando conmigo me encuentro". Las aportaciones científicas de Rita Levi-Montalcini han sido fundamentales para el mejor conocimiento de la fisiopatología del cerebro. Pero sus aportaciones humanas son igualmente relevantes. Se ha hecho invisible, pero no se ha ausentado. Su estela seguirá iluminando los caminos del mañana.

Autor:   Federico Mayor Zaragoza (Profesor de Bioquímica en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa)



Rita Levi-Montalcini


Muestro a continuación la  interesante entrevista que concedió al diario EL País  el 19 de abril de 2009, tres días antes  de cumplir 100 años.

"Cuando ya no pueda pensar, quiero que me ayuden a morir con dignidad"


El 22 de abril cumple 100 años Rita Levi-Montalcini. La científica italiana, premio Nobel de Medicina, soltera y feminista perpetua -"yo soy mi propio marido", dijo siempre- y senadora vitalicia produce todavía más fascinación cuando se la conoce de cerca. Apenas oye y ve con dificultad, pero no para: investiga, da conferencias, ayuda a los menos favorecidos, y conversa y recuerda con lucidez asombrosa.
Sobrada de carácter, deja ver su coquetería en las preciosas joyas que luce, un brazalete que hizo ella misma para su gemela Paola, el anillo de pedida de su madre, un espléndido broche también diseñado por ella. Desde sus ojos verdes vivísimos, Levi-Montalcini escruta a un reducido grupo de periodistas en la sede de su fundación romana, donde cada tarde impulsa programas de educación para las mujeres africanas.

"Decidí no casarme cuando era adolescente. Nunca habría obedecido a un hombre, como mi madre a mi padre"
Por las mañanas visita el European Brain Research Institute, el instituto que creó en Roma, y supervisa los experimentos de "un grupo de estupendas científicas jóvenes, todas mujeres", que siguen aprendiendo cosas sobre la molécula proteica llamada Factor de Crecimiento Nervioso (NGF), que ella descubrió en 1951 y que juega un papel esencial en la multiplicación de las células, y sobre el cerebro, su gran especialidad. "Son todas féminas, sí, y eso demuestra que el talento no tiene sexo. Mujeres y hombres tenemos idéntica capacidad mental", dice.
Con ella está, desde hace 40 años, su mano derecha, Giuseppina Tripodi, con quien acaba de publicar un libro de memorias, La clepsidra de una vida, síntesis de su apasionante historia: su nacimiento en Turín dentro de una familia de origen sefardí, la decisión precoz de estudiar y no casarse para no repetir el modelo de su madre, sometida al "dominio victoriano" del padre; el fascismo y las leyes raciales de Mussolini que le obligaron a huir a Bélgica y a dejar la universidad; sus años de trabajo como zoóloga en Misuri (Estados Unidos), el premio en Estocolmo -"ese asunto que me hizo feliz pero famosa"-, sus lecturas y sus amigos (Kafka, Calvino, el íntimo Primo Levi), hasta llegar al presente.
Sigue viviendo a fondo, come una sola vez al día y duerme tres horas. Su actitud científica y vital sigue siendo de izquierdas. Pura cuestión de raciocinio, explica, porque la culpa de las grandes desdichas de la humanidad la tiene el hemisferio derecho del cerebro. "Es la parte instintiva, la que sirvió para hacer bajar al australopithecus del árbol y salvarle la vida. La tenemos poco desarrollada y es la zona a la que apelan los dictadores para que las masas les sigan. Todas las tragedias se apoyan siempre en ese hemisferio que desconfía del diferente".
Laica y rigurosa, apoya sin rodeos el testamento biológico y la eutanasia. Y no teme a la muerte. "Es lo natural, llegará un día pero no matará lo que hice. Sólo acabará con mi cuerpo". Para su centenario, la profesora no quiere regalos, fiestas ni honores. Ese día dará una conferencia sobre el cerebro.
Pregunta. ¿Cómo es la vida a los cien años?
Respuesta. Estupenda. Sólo oigo con audífono y veo poco, pero el cerebro sigue funcionando. Mejor que nunca. Acumulas experiencias y aprendes a descartar lo que no sirve.
P. ¿Se arrepiente de no haber tenido hijos?
R. No. Era adolescente cuando decidí que nunca me casaría. Nunca habría obedecido a un hombre como mi madre obedecía a mi padre.
P. ¿Recuerda el momento en que decidió estudiar? ¿Qué dijo su padre?
R. Era el periodo victoriano. Mi padre era una persona de gran valor intelectual y moral, pero un victoriano. Desde niña estaba contra eso, porque veía a mi padre dominar todo, y decidí que no quería estar en un segundo plano como mi madre, a la que adoraba. Ella no mandaba. Dije a mi padre que no quería ser ni madre ni esposa, que quería ser científica y dedicarme a los otros, utilizar las poquísimas capacidades que tenía para ayudar a los que necesitaban. Que quería ser médica y ayudar a los que sufrían. Él me dijo: "No lo apruebo pero no puedo impedírtelo".
P. ¿Qué momentos de su vida han sido más emocionantes?
R. El descubrimiento que hice, que hoy es más importante que entonces. Cuando cada experimento confirmaba mi hipótesis, que iba completamente contra los dogmas de ese tiempo, viví momentos emocionantes. Quizás el más emocionante. Por el resto, el reconocimiento de Estocolmo me dio mucho placer, claro, pero fue menos emocionante.
P. Su tesis demostró que, de los dos hemisferios del cerebro, uno está menos desarrollado que el otro.
R. Sí, el cerebro límbico, el hemisferio derecho, no ha tenido un desarrollo somático ni funcional. Y, desgraciadamente, todavía hoy predomina sobre el otro. Todo lo que pasa en las grandes tragedias se debe al hecho de que este cerebro arcaico domina al de la verdadera razón. Por eso debemos estar alerta. Hoy puede ser el fin de la humanidad. En todas las grandes tragedias se camufla la inteligencia y el razonamiento con ese instinto de bajo nivel. Los regímenes totalitarios de Mussolini, Hitler y Stalin convencieron a las poblaciones con ese raciocinio, que es puro instinto y surge en el origen de la vida de los vertebrados, pero que no tiene que ver con el razonamiento. El peligro es que aquello que salvó al australopithecus cuando bajó del árbol siga predominando.
P. En cien años usted ha conocido esos totalitarismos. ¿Cómo se puede evitar que vuelvan?
R. Hay que comenzar en la infancia, con la educación. El comportamiento humano no es genético sino epigenético, el niño de dos o tres años asume el ambiente en el que vive, y también el odio por el diferente y todas esas cosas atroces que han pasado y que pasan todavía.
P. ¿Qué aprendió de sus padres? ¿Qué valores le transmitieron?
R. Lo más importante era comportarse de una manera razonable, saber lo que vale de verdad. Tener un comportamiento riguroso y bueno, pero sin la idea del premio o el castigo. No existía la idea del cielo y el infierno. Éramos religiosos, pero la actitud ante la vida no tenía que ver con la religión. Existía el sentido del deber, pero sin compensación post mortem. Debíamos comportarnos bien, eso era una obligación. Entonces no se hablaba de genética, pero era ese espíritu. Sin premio ni miedo.
P. Su origen es sefardí. ¿Hablaban español en casa?
R. No, nunca tuvimos mucha relación con esa lengua. Sabíamos que veníamos de la parte sefardí y no de la askenazi, pero no se hablaba de ello, no nos importaba mucho ser de una u otra. Spinoza me hacía feliz, era un gran referente cultural, y todo lo que sabíamos procedía de los grandes pensadores hebreos, pero no había un sentido de orgullo, de ser mejores, nunca pensamos así.
P. ¿Basta un siglo para comprender a Italia?
R. Es un país maravilloso, por el clima, por la historia del Renacimiento, y por sus enormes contribuciones, su historia formidable de capacidad y descubrimientos. Me sentí siempre judía e italiana, las dos cosas al 100%. No veía dificultad en eso.
P. ¿Cómo ve a Italia hoy?
R. Tiene un fortísimo capital humano, capacidad innovadora y de convivencia, orgullo del pasado, y no se siente demasiado afectada por las cosas negativas, como la mafia. Siempre sentí que era un país del que era una suerte formar parte y haber nacido. Ser italianos era parte de nosotros, nadie nos preguntaba si éramos italianos o no. También era una suerte ser judía. No conocí la Biblia, no tuve una educación religiosa, y me reflejaba en el capital artístico y moral italiano y judío. No pertenecí a una pequeña minoría perseguida, sabía que eso ocurría, pero no me sentía parte de ello. Desde niña me sentía igual que los demás. Cuando me preguntaban "¿cuál es tu religión?", contestaba: "Yo, librepensadora", y nadie sabía qué era eso. Y tu padre qué es: ingeniero.
P. ¿Cómo vivió el fascismo?
R. No siento rencor personal. Sin las leyes raciales, que determinaron que los judíos éramos una raza inferior, no hubiera tenido que recluirme en mi habitación para trabajar, en Turín y luego en Asti. Pero nunca me sentí inferior.
P. ¿Así que no sintió miedo?
R. Miedo, no; desprecio y odio sí, netamente por Mussolini. A mi profesor Giuseppe Levi lo seguí paso a paso y era feliz por lo que él valientemente osaba hacer y decir. Nunca sentí la persecución porque mis compañeros de universidad católicos me consideraban igual. Y no tuve sensación de peligro. Cuando empezaron las persecuciones, eran tan inmundas las cosas que se decían que no me daba por aludida. Estaba ya licenciada en 1936, había estudiado con Renato Dulbecco, católico, y Salvatore Luria, judío, y no tenía sensación de ser distinta.
P. ¿Cree que hay peligro de que vuelva el fascismo?
R. Sí, en los momentos críticos prevalece más la componente instintiva del cerebro, que se camufla de raciocinio y anima a los jóvenes a razonar como si fueran parte de una raza superior.
P. ¿Ha seguido la polémica sobre el Papa, los preservativos y el sida?
R. No comparto lo que ha dicho.
P. ¿Y qué piensa del poder que tiene la Iglesia? ¿Es demasiado?
R. Sí. Fui la primera mujer admitida en la Academia Pontificia y tuve una buena relación con Pablo VI y con Wojtyla, también con Ratzinger, aunque menos profunda que con Pablo VI, al que estimaba mucho. No la tuve en cambio con aquel considerado el Papa Bueno, Roncalli (Juan XXIII), que para mí no era bueno, porque era muy amigo de Mussolini y cuando comenzaron las leyes antifascistas dijo que había hecho un gran bien a Italia.
P. ¿Ha cambiado mucho su pensamiento a lo largo de la vida?
R. Poco, poco. Siempre pensé que la mujer estaba destruida porque el hombre imponía su poder por la fuerza física y no por la mental. Y con la fuerza física puedes ser maletero, pero no un genio. Lo pienso todavía.
P. ¿Le importó alguna vez la gloria?
R. Para mí, la medicina era la forma de ayudar a los que no tenían la suerte de vivir en una familia de alto nivel cultural como la mía. Esa línea recta no ha cambiado. La actividad científica y la social son la misma cosa. La ayuda a las mujeres africanas y la medicina son lo mismo.
P. ¿El cerebro sigue siendo un misterio?
R. No. Ahora es mucho menos misterioso. El desarrollo de la ciencia es formidable, sabemos cómo funciona desde el lado científico y tecnológico. Su estudio ya no es un privilegio de los expertos en anatomía, fisiología o comportamiento. Los anatomistas no han hecho gran cosa, quitando algunos. Ahora ya no hay barreras. Físicos, matemáticos, informáticos, bioquímicos y biomoleculares, todos aportan cosas nuevas. Y eso abre posibilidades a nuevos descubrimientos cada día. Yo misma, a los 100 años, sigo haciendo descubrimientos que creo importantes sobre el funcionamiento del factor que descubrí hace más de 50 años.
P. ¿Hará fiesta de cumpleaños?
R. No, me gustaría ser olvidada, ésa es mi esperanza. No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de pensar ni de vivir...
P. Díganos el secreto.
R. La única forma es seguir pensando, desinteresarse de uno mismo y ser indiferente a la muerte, porque la muerte no nos golpea a nosotros sino a nuestro cuerpo, y los mensajes que uno deja persisten. Cuando muera, solo morirá mi pequeñísimo cuerpo.
P. ¿Está preparada?
R. No hace falta. Morir es lógico.
P. ¿Cuánto desearía vivir?
R. El tiempo que funcione el cerebro. Cuando por factores químicos pierda la capacidad de pensar, dejaré dicho en mi testamento biológico que quiero ser ayudada a dejar mi vida con dignidad. Puede pasar mañana o pasado mañana. Eso no es importante. Lo importante es vivir con serenidad, y pensar siempre con el hemisferio izquierdo, no con el derecho. Porque ése lleva a la Shoah, a la tragedia y a la miseria. Y puede suponer la extinción de la especie humana.


viernes, 1 de febrero de 2013

La imagen del alzhéimer en el cine




En infinidad de ocasiones el cine se ha asomado al dolor y al sufrimiento, a la desmemoria y al vacío de modo que, desde sus inicios y aun sin pretenderlo, ha posado diferentes miradas sobre la enfermedad de Alzheimer, valiéndose del gran arsenal del que este arte dispone.
La alteración del proyecto vital que acompaña a la enfermedad es comprendida y contada a los espectadores a través del cine. Desde la sala de butacas, los espectadores son capaces de identificar y empatizar con los sentimientos que se muestran de forma verosímil aunque no necesariamente reflejen situaciones reales.
El cine se presenta entonces como una posibilidad de acercamiento a una realidad, que como la muerte ha sido temida y escondida en nuestra sociedad hasta hace muy poco. Aun siendo algo objetivo, el análisis de esta realidad no puede ser meramente racional. Las imágenes aportan un saber emocional, simbólico y metafórico, a la vez que concreto y particular.

Para poder comprender el dolor y el sufrimiento ajeno o las distintas opciones que los seres humanos eligen ante la enfermedad o la muerte no es suficiente un acercamiento teórico. Al ser contenidos muy comprometidos emocionalmente, el cine permite ver el sufrimiento con una cierta distancia afectiva, pero implicándose al empatizar con lo visto y oído. En las películas, el componente humano y la vulnerabilidad ante el dolor son trascendentales, y se hace patente el impacto personal, familiar y social de la enfermedad y la muerte. Así, las emociones provocadas por el cine movilizan nuestras creencias y opiniones y facilitan la comprensión racional y afectiva de las experiencias ajenas.
El séptimo arte se presenta como una valiosa herramienta para conocer la enfermedad y generar un conocimiento más profundo y en algunos casos mucho menos dramático,convirtiendose así un instrumento tremendamente útil para pensar críticamente y romper algunos esquemas predeterminados.
Dicho esto, considero interesante mostrar algunos de los titulos  de aquellas producciones cinematográficas que mejor se han ocupado, desde mi punto de vista, de la realidad de la EA. En una proxima entrada ampliaré el porqué de ésta elección.